Poemas de Víctor Jesús Guillén Baca. México.
Poeta mexicano. Copyrighted.

El Gran Día

El Gran Día.
Poema por Víctor Jesús Guillén Baca.

Me levanté temprano ese gran día, después de una noche llena
de paz, si se le puede llamar noche a la noche relativa del cielo,
pues la luz del Señor alumbra la ciudad a toda hora. Es curioso
que ya no necesitamos del sol ni de la luna, y la ciudad y nosotros
mismos brillamos bajo la gloria de Dios.

El día fue un gran día, pues el Señor Jesucristo
convocó a sus ejércitos a una reunión
en la que nos comunicaría un gran evento
en el que todos participaríamos.

Hacía ya siete años que habitábamos la bella ciudad,
hermosísima y gigantesca, la Nueva Jerusalén.
Fue como un abrir y un cerrar de ojos, no lo podría describir de
otra manera. Estaba yo en la Biblioteca, como siempre, muy
quitado de la pena, alabando al Señor, acomodando mis libros, ya
sabes, usando la computadora, cuando de pronto ya estaba yo
volando, vestido de blanco, mirando asombrado cómo la Tierra se
iba alejando, y a mi alrededor otros cientos, miles, millones de
personas, volando también y otros seres con nosotros, --"¡ah!,
dije, son los ángeles." "¡Hola!" le dije a uno de ellos, y él, muy
cortésmente me saludó modesto.
"¿Es que me morí acaso?" -- pensé, "No! ¡Fui raptado por el Señor
Jesús!"
Claramente podíamos ver los cielos abiertos y por encima o
enmedio del cielo azul se abría una enorme puerta, por llamarla de
alguna manera.

Rápidamente los ángeles nos llevaron en un vuelo raudo a través
del espacio. Podíamos ver las estrellas, ver la oscuridad del gran
espacio, enmedio de la luz, sin que nos costara respirar, ni sentir
frío o la presión del espacio; vimos a Júpiter, Saturno y a los
demás planetas y la bella Tierra desde lejos, pero ahora en vivo.
Vimos estrellas, constelaciones, nebulosas.
Viajábamos volando sin sentir temor, el gozo en mi corazón
aumentaba cada vez más, y una paz, como nunca la tuve, inundó mi
corazón.
Pronto llegamos a casa, estábamos seguros de eso, y nos
acordamos de que solamente fuimos peregrinos en la Tierra.

Fue una visión sorprendente ver la Gran Ciudad, que brilla como
una estrella de diamante a lo lejos, tiene un brillo distinto al de
las estrellas: parece una esmeralda, un rubí, un zafiro, un ágata, un
diamante de mil facetas que brilla con un fulgor de mil colores a la
vez. Ángeles salen y entran a ella todo el tiempo, y se escucha
música de alabanza a Dios, una música, ahora sí que celestial.
Los ángeles nos saludaban sonriendo y diciéndonos:
"¡Bienvenidos a casa!"

Me sorprendí al ver, ahora en vivo, aquella Gran Ciudad que la
Biblia describe, por supuesto que es mucho más bella de lo que en
mi imaginación pensaba. Es de verdad toda de oro.
En sus muros están aquellas bellas piedras preciosas que la Biblia
describe, los nombres de los doce apóstoles en su base, las
puertas de enormes perlas. Miras la entrada y miras hacia arriba,
no es como un rascacielos, pues es altísima, no alcanzas a ver el
final.
Al entrar pisas el hermoso piso de oro puro y cristal finísimo.
Todo muy elegante y limpio. Árboles y flores, fuentes, avecillas y
mariposas por todos lados. Aquí se siente una paz inmensa y la
alegría está en todos los rostros. Algo asombroso es que hay luz
en todos lados, una luz diáfana y transparente.
Yo ingresé a la ciudad por la puerta de la Tribu de Judá, lo mismo
que los demás millones de hermanos en Cristo, al mismo tiempo,
por las demás puertas, suavemente.Y en la puerta, otra grata
sorpresa:

¡El Señor Jesucristo, en persona, estaba recibiéndonos!
Me sorprendí de que sus vestiduras eran como las nuestras,
blancas y sencillas.
Me admiré de que se ve tal como lo imaginábamos, con su barba, su
cabello, su sonrisa sincera y su mirada maravillosa.
Nos recibió con los brazos abiertos y lo increíble es que nos dio
un fuerte abrazo a todos y cada uno, hablándonos con ternura,
dándonos la bienvenida a casa. Diciéndole a cada uno, mujeres y
hombres:
"¡Bien hecho, buena sierva (o buen siervo) y fiel, entra al gozo de
tu Señor!"
Bueno, cuando me tocó a mí fue muy bonito, y la verdad, sentí lo
mismo que cuando en la Tierra oraba a Él y lo alababa, pero ahora
en persona, y con un pleno gozo, ya sin ningún temor.
La Esperanza se había cristalizado en un hecho vivísimo de
Eternidad. Lo más importante fue que a cada uno nos llamó por
nuestro nombre y a mí hasta me dijo "Buen Vic", como algunos
hermanos me conocen, hablando en perfecto español, o al menos
eso creí, que hablaba en español; pero cuando comencé a
contestarle me di cuenta de que mi boca hablaba palabras nuevas
en otra lengua, nueva también, pero que yo podía hablar a la
perfección. Como soy tímido, sólo le dije: "¡Ya llegué, Señor
Jesús, gracias por salvarme!"
Y Él me respondió, mirándome con una mirada que yo sabía que
sólo Él tiene, mirada diáfana y llena de Santidad:
"Vic, bienvenido a tu casa, pásate con confianza, entra en el gozo
de tu Señor." Y me dio un cálido abrazo que nunca olvidaré.

Así entré en la ciudad y lo primero que vi fue el gran Árbol de la
Vida, enmedio del río que fluye del Trono del Cordero, y dije:
"¡Jajay! ¡Ahí está el Árbol, así me lo imaginé, lleno de todo tipo de
frutas! Pero este es un árbol gigante, muy muy grande, y de
verdad tiene todo tipo de frutas, todas las que puedas imaginar,
muy dulces y jugosas y lleno de flores de toda forma y fragancia,
que después se convierten en fruta.
Los ángeles nos atendían con mucha alegría y humildad,
mostrándonos a todos nuestra nueva casa.
"¿Quieres ver los instrumentos de música?"--me dijo Asael, "Yo
sé que te encanta la alabanza y la Tribu de Judá", me mostró un
gran salón lleno de instrumentos de todo tipo: los había como los
que tocábamos en la Tierra, todos nuevos, y otros que nunca había
visto, pero que sabía que ahora era fácil tocarlos.
En la puerta hay un león pintado, el León de la Tribu de Judá. "Esa
es mi tribu"-- dije. "¡Viva Dios! ¡Alabanza al Señor!"
Después me llevó a mi habitación; ¡es tal y como me la imaginé!
Nunca tuve casa en la Tierra, pero ahora tengo una casa para
siempre, y muy bonita, ¡también en la Casa del Señor!

Fue así como, después de siete años de fiestas y grandes
reuniones de alabanza, comidas con el Señor, paseos por los
bellos jardines, y trabajos constantes y agradables, el Señor
Jesucristo nos convocó a la Gran Reunión, en la que nos comunicó
una revelación para nosotros ya conocida.
Entramos al gran Salón del Trono, donde caben millones de
millones y todos podemos ver muy cerca al Señor y escucharlo
claramente, como si estuviera a un lado de nosotros.
El Señor esta vez llevaba sus vestidos reales, con su corona de
oro y piedras preciosas, y tenía un brillo, como dice la Biblia, que
deslumbra y resplandece como un sol, pero sin deslumbrarnos.

Con una voz clara y nítida nos dijo:
"Hermanos amados, este día se han cumplido los tiempos en la
Tierra, se les darán sus trompetas, sus caballos y sus armas para
la guerra, regresaremos juntos a la Tierra para tomarla,
restaurarla y reinar en ella Mil Años; la bestia y su falso profeta
han sido desenmascarados y vencidos.
El Reino es nuestro y es hora de tomarlo por completo."

Todos respondimos a una voz:
"Amén, Señor Jesús, ven pronto, y que tu Reino sea establecido
en todo el Universo, y que la Tierra sea llena de tu Gloria."
Y yo además dije: "Ahora sí voy a conocer Jerusalén, yupi!"

Las ropas del Señor estaban ensangrentadas y en su muslo había
una banda que decía: "Rey de reyes y Señor de señores."
Montó su hermoso caballo blanco y tomando su espada en la mano
derecha, dijo: "¡Vamos mis ejércitos, monten también y
reclamemos la Tierra que nos pertenece!"
Todos a una, de toda Tribu, Lengua y Nación y de distintas épocas
de la historia, tomamos nuestros caballos, al mío lo llamé Bucéfalo,
y montados con vestiduras blancas y armados, nos dirigimos hacia
la Tierra para tomarla con Autoridad.
Yo sabía que pasaríamos mil años en ella reinando con el Señor,
hasta que se cumpliera ese tiempo necesario y los enemigos del
Señor sean vencidos por completo.

Atravesamos el espacio con nuestros caballos y llegamos a la
Tierra, siempre bella y azul, pero se veía devastada a medida que
ingresábamos a los cielos.
El Señor, con voz de mando y trompeta rodeó toda la Tierra,
dando testimonio de su regreso a toda Nación, Lengua, Tribu,
Clan, Familia e Individuo, de toda Raza, Etnia o color, de cualquier
condición económica, Rico o Pobre.
Sus trompetas sonaban terribles, tocadas por nosotros, Sus
Ejércitos.
Y los ángeles recorrían la Tierra ayudando y llevándose a los que
de aquel tiempo serían salvos.
Mientras, en todos lados las Tribus de la Tierra se lamentaban y
lloraban, los ricos y poderosos trataban de ocultarse porque había
llegado el Gran Día y Majestuoso, el Día del Señor.

Los Arcángeles tomaron a la bestia y a su falso profeta que no
cesaban de vociferar maldiciones y los arrojaron vivos al lago que
arde con fuego y azufre, en el centro de la Tierra. El diablo, la
serpiente antigua, también fue apresado y encadenado en
presencia del Señor y fue arrojado también al lago, su lugar
durante los siguientes mil años, hasta que sea arrojado
definitivamente al abismo, el infierno preparado para ellos.

Rodeamos la Tierra siete veces, haciendo patente a todas las
Naciones el regreso del Señor Jesucristo, los cielos se abrieron y
los vivos podían ver las maravillas del Señor asombrados y
asustados.
Aquellos siervos salvos que padecieron en la gran tribulación
fueron llevados por los ángeles a un lugar de refugio; mientras que
los opositores, los renegados, los que rechazaron al Señor, fueron
muertos y arrasados por la Palabra, la espada que sale de su boca.
Luego, majestuosamente descendió el Señor Jesús a la Tierra, tal
como había ascendido hace dos mil años, volando entre las nubes.

Posando sus pies sobre el Monte de los Olivos dijo:
"Tomamos hoy posesión de la Tierra, reinaré por Mil Años desde
Jerusalén, con Justicia y con Equidad, vengan, amados de mi
Padre y reinen conmigo, haremos de esto un Cielo Nuevo y una
Tierra Nueva, las obras en ella hechas serán quemadas, todo
monte será bajado y todo valle será enaltecido, ya no habrá más
llanto, ni más dolor, habrá verdadera justicia, hasta que se
cumplan los mil años y nuestros enemigos sean vencidos por
completo, entonces descenderá también la Gran Ciudad, la bella
Nueva Jerusalén y vivirán por siempre conmigo."

Este sitio web fue creado de forma gratuita con PaginaWebGratis.es. ¿Quieres también tu sitio web propio?
Registrarse gratis