Sal de tu Tierra
Sal de tu TierraPor: Víctor Jesús Guillén Baca.
México.
Jehová llamó a Abram
y le dijo:
"Vete de tu tierra
y de tu parentela,
a la tierra que te mostraré.
Y haré de ti una nación grande, (Gn. 12: 1-3)
y te bendeciré,
y engrandeceré tu nombre,
y serás bendición.
Y serán benditas en ti
todas las familias de la tierra".
El propósito de Dios:
Crear una gran nación
y por medio de ella
dar su Palabra
y a su Hijo único
para todos los pueblos.
Por la fe Abraham (Heb. 11: 8 )
salió para recibir la herencia,
sin saber a dónde iba.
Cuatrocientos treinta
años después
en un mismo día
todas las huestes del Señor (Ex. 12: 41)
salieron de Egipto.
Su líder era ese otro visionario
llamado Moisés,
que había de ser profeta
y libertador de su pueblo.
Éste dijo a Israel:
"Profeta de enmedio de ti, (Dt. 18: 15)
de tus hermanos, como yo,
te levantará Jehová tu Dios;
a Él oiréis".
Dicho profeta es el Mesías esperado,
el Cristo que habría de venir
dando su vida por muchos, en la cruz.
El salmista nos anuncia
la misericordia de Dios para el hombre
cuando clama:
"Que sea conocido en la tierra (Sal. 67)
tu camino,
en todas las naciones tu salvación.
Alégrense y gócense las naciones,
porque juzgarás los pueblos con equidad
y pastorearás las naciones en la tierra".
Jesús dio su vida
y dejó los lugares celestiales
en gloria
para nacer de una israelita
y subir después al calvario
por todos nosotros.
Como Dios lo anunció a Abraham
que de él saldría la simiente
de salvación; como por medio
de Moisés y los profetas
anunció el advenimiento
del Mesías y su cruz:
Así Jesucristo llamó a sus discípulos
a ser la sal de la tierra,
luz para las naciones (Mt. 5: 13)
por la sangre del Cordero
que fue inmolado.
¿Quién nos ayudará a llevar
Su palabra?
Él mismo, porque está escrito:
"Jehová guardará tu salida (Sal. 121: 8 )
y tu entrada desde ahora
y para siempre".
Ciertamente el Maestro nos advirtió
de los peligros por Su nombre:
"Acordaos de la palabra que yo os he dicho:
El siervo no es mayor que su Señor. (Jn. 15:20)
Si a mí me han perseguido,
también a vosotros os perseguirán,
si han guardado mi palabra,
también guardarán la vuestra".
Los discípulos testificaron
que la resurrección es verdadera
y siempre fueron victoriosos,
aunque muchos murieron:
Esteban, Pedro, Jacobo, Pablo
e incontables creyentes
afirmaron su vida y su muerte
en el ancla de la fe en Jesucristo.
Cuando Pedro y Juan,
haciendo señales y prodigios,
fueron llevados ante el concilio
y fueron amenazados
para que no hablaran más
en el nombre de Jesús,
valientemente respondieron:
"No podemos dejar de decir
lo que hemos visto y oído". ( Hch. 4: 18-20 )
¿Cuántos hermanos, a través
de los siglos, creyeron
este mismo mensaje
y entregaron su vida a Dios
para llevarlo a las gentes
entre los pueblos?
¿Cuántos hoy, dispuestos a vivir
y morir por su Señor,
atraviesan fronteras, montañas,
ríos, océanos y selvas?
El Señor dijo: "La mies es mucha
y los obreros pocos". ( Mt. 9: 37 )
¿Qué cosa o qué joya
portan en su regazo,
con tanto cuidado?
Es la preciosa semilla,
el Evangelio de Dios.
¿Qué los mueve? ¿Quién los anima
y sustenta?
Es Jesucristo, el Redentor.
¿Podré yo ser uno de ellos?
¿Recibiré mi galardón?
¿Serviré a mi Señor?
Ciertamente lo seguiré
porque Él me amó primero a mí.
Y si en peligros, espada, persecución
o angustia, hambre o desnudez
llevamos Su Palabra, ( Ro. 8: 34-39 )
"Quién nos separará del amor de Cristo?
Antes en todas estas cosas
somos más que vencedores
por medio de aquel que nos amó".
Esta noche tengo una visión,
o un sueño, yo no sé qué es,
si en mi espíritu o en mi imaginación,
pero veo a multitudes adorar a Cristo:
Cientos, miles, millones de millones
de personas que claman a Dios
en todo lugar, diciendo:
"Sálvanos Señor, envía uno que nos hable de Ti".
Y veo entre nosotros a uno,
llamado de Dios,
un cristiano que dice:
"Heme aquí, Señor, envíame a mí".
Después de esto, puedo ver el cielo eterno
y he aquí una gran multitud,
la cual nadie podía contar,
de todas naciones y tribus
y pueblos y lenguas,
que estaban delante del trono ( Ap. 7: 9-11 )
y en la presencia del Cordero,
vestidos de ropas blancas
y con palmas en las manos,
y clamaban a gran voz,
diciendo:
"La salvación
pertenece a nuestro Dios
que está sentado en el trono,
y al Cordero",
y todo ser viviente dijo:
"Amén".
28 nov 98